Rafael Matesanz
Creador y fundador de la Organización Nacional de Trasplantes
Dos son los factores limitantes fundamentales para el desarrollo de los trasplantes. Por un lado, la desproporción oferta/demanda, que intenta mejorarse bien con medidas organizativas o con el empleo de animales genéticamente modificados, hasta ahora con escaso éxito. Por otra parte, el rechazo sigue siendo la espada de Damocles de los trasplantados, y los medicamentos inmunosupresores disponibles, aparte de no conseguir evitarlo al 100 %, tienen multitud de efectos secundarios, sobre todo a largo plazo. De ahí que una de las principales vías de investigación en la actualidad sea la consecución de un estado de ‘inmunotolerancia’: lograr que el enfermo trasplantado tolere el órgano como si fuera suyo y en consecuencia no necesite de medicamentos inmunosupresores, o bien solo en dosis bajas, evitando así sus efectos nocivos y logrando una supervivencia indefinida del trasplante.
El presente artículo va en esa línea. Uno de los procedimientos más estudiados para conseguir la inmunotolerancia es combinar el trasplante del órgano con otro de médula ósea u otra forma de progenitores hematopoyéticos del mismo donante precedido de un tratamiento de preparación. Se han obtenido resultados prometedores con diversos órganos abdominales, pero no así en el trasplante cardiaco, lo que plantea múltiples interrogantes. Lo que los autores han hecho empleando grandes simios como animal de experimentación es trasplantarles bien un corazón, o un corazón asociado a un riñón y al trasplante de médula del mismo donante. Se consiguió inducir la inmunotolerancia solo cuando se asoció el riñón al corazón trasplantado, situación en la cual los animales no experimentaron rechazo.
Al discutir los mecanismos por los que podría producirse este fenómeno, que los autores denominan con un término muy fonético, KICAT (kidney-induced cardiac allograft tolerance), descartan toda una serie de posibilidades como que pudiera deberse a la eritropoyetina fabricada por el riñón o a una mayor o menor similitud genética entre donantes y receptores, y llegan a la conclusión de que se debe a la presencia en el riñón de unas estructuras linfáticas ricas en un tipo de células T-reguladoras que no estarían presentes en el corazón. Estructuras similares podrían explicar que los trasplantes combinados en los que figura el hígado como uno de los órganos generen menos rechazos que los de otros órganos aislados.
El artículo representa una aportación experimental sin duda interesante para entender mejor cómo afrontar la inmunotolerancia en la clínica. El trasplante combinado corazón-riñón representa el 5 % de todos los trasplantes cardiacos en Norteamérica (en España es menor del 1 %) y por ello los autores plantean la necesidad de unos protocolos comunes que permitan profundizar en este fenómeno y mejorar los resultados.