Julián Campo
Miembro del Grupo de Investigación en Seguridad Alimentaria y Medio Ambiente del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (Valencia)
Las sustancias per y polifluoroalquiladas (PFAS por sus siglas en inglés) son compuestos químicos que debido a algunas de sus propiedades (son muy resistentes, termodinámicamente estables y no son inflamables) son utilizados en una gran cantidad de productos industriales y comerciales (utensilios de cocina antiadherentes, envases de alimentos y telas impermeables). Según las investigaciones más recientes, se han identificado más de 200 categorías y subcategorías de uso para más de 14.000 compuestos de PFAS. Debido a estas mismas propiedades los PFAS se consideran extremadamente persistentes en el medio ambiente (“sustancias químicas eternas”), altamente tóxicos y con el potencial de bioacumularse y biomagnificarse a lo largo de la cadena alimentaria, por lo que han sido detectados en la vida silvestre, y representan un claro peligro potencial para la salud humana. En general, estos compuestos pueden actuar como disruptores endocrinos y pueden tener muchos otros efectos tóxicos, como hepatotoxicidad, inmunotoxicidad, toxicidad para la reproducción y efectos tumorigénicos, entre otros. Todas estas razones han hecho que el uso y producción de algunos PFAS se haya prohibido en el Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes, y muchos países (en general desarrollados) han introducido regulaciones que restringen los niveles de PFAS en el agua potable.
Sin embargo, un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature Geoscience por investigadores australianos y norteamericanos (Universidad de New South Wales y de Oklahoma, respectivamente) ha concluido que aún se desconoce la verdadera distribución y alcance de la contaminación por PFAS en los recursos hídricos globales, y que una gran fracción de estos podría estar contaminada por estos compuestos en niveles que podrían exceder leyes y regulaciones en muchos países.
Estos investigadores analizaron datos de PFAS de más de 45.000 muestras recogidas en todo el mundo, desde 2004, para determinar si la contaminación por PFAS en aguas superficiales y subterráneas excede las distintas regulaciones nacionales. Según sus resultados, una gran fracción del agua muestreada supera los límites establecidos para el agua potable, y dichas superaciones dependen de la jurisdicción y de las fuentes de dichos PFAS. Así, en muestras sin una fuente conocida de PFAS, el 31 % de las de agua subterránea excedía los límites propuestos por la Agencia de Protección Ambiental estadounidense; mientras que en Canadá y en la Unión Europa se alcanzaron valores de 69 % y 6 %, respectivamente. Además, dichas excedencias tienden a aumentar cuando se consideran muestras con fuentes de contaminación conocidas (como industrias relacionadas con producción de PFAS).
Los autores concluyen que muchos de los estudios actuales pueden estar subestimando la contaminación por PFAS en el medio ambiente, ya que se suele monitorear un número limitado de PFAS (en general las mismas familias), y la contaminación real en los recursos hídricos globales podría ser mayor de lo que se pensaba. Citan por ejemplo el caso de los alcoholes fluorotelómeros (FTOH) que no se miden directamente en casi ningún estudio, pero que pueden llegar a representar el 8 % de la masa de PFAS que entran en una estación depuradora de aguas residuales, procedentes del lavado de textiles en los hogares, entre otros.