Julia Díez Escudero
Profesora ayudante doctora en el Grupo de Investigación en Salud Pública y Epidemiología de la Universidad de Alcalá
La obesidad no es una elección ni el resultado de una falta de voluntad. En este sentido, el artículo incide en la idea de dejar de abordar este problema mediante estrategias individuales como las intervenciones de pérdida de peso. La evidencia respalda que, a nivel individual, este tipo de intervenciones generan culpabilidad y dañan la salud física (por ejemplo, trastornos de conducta alimentaria) y mental (ansiedad o depresión).
A su vez, a nivel poblacional, lo que promueven es un estigma social. Y, como se señala también en la revisión, se ha demostrado que ni siquiera es que sean estrategias efectivas o sostenibles —ni a medio ni a largo plazo— para reducir la carga de enfermedad o los costes (sociales o económicos) asociados a la obesidad.
Más allá de las conductas individuales, lo importante sería incidir sobre lo colectivo. Es decir, pensar en las condiciones de vida (¿cuánto cuesta comer de manera saludable? ¿qué tiempo hay para cocinar? ¿qué tipo de menús se ofrecen en colegios, hospitales, o residencias?). La obesidad, igual que la mayoría de los problemas de salud, sigue un claro gradiente social: aquellas personas más vulnerables son las más afectadas. De hecho, la OMS ha estimado que, en Europa, las desigualdades por nivel educativo pueden llegar a explicar un 26 % de la obesidad en los hombres, y hasta un 50 % en las mujeres.