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José María Martín Olalla

Profesor titular del departamento de Física de la Materia Condensada de la Universidad de Sevilla

El artículo contrasta datos de salud a nivel de condados de Estados Unidos con un modelo circadiano desarrollado a partir de una jornada diaria tipo y fija. El título en sí no es muy sugerente. Uno esperaría diferencias cuando se comparan datos regionales. Del título se infiere que los autores no encuentran tendencias dignas de destacar en estas diferencias.   

El estudio aborda la compleja tarea de comparar políticas diferentes de cambio de hora. No hay muchos experimentos naturales para este tipo de estudios. Los autores suplen esta carencia con modelización. Los datos sanitarios son bastante buenos y proporcionan una granularidad muy detallada que permitiría analizar diferencias a nivel de condado americano.    

El modelo usado tiene, sin embargo, limitaciones a mi juicio dignas de destacar cuando se habla de las regulaciones horarias. Primero, a mí me gusta advertir que la política del cambio estacional de la hora está relacionada con el hecho de que la jornada tipo no existe en realidad: hay una distribución de jornadas y, particularmente, quienes madrugan y quienes no. No es cuestión solo de preferencias (cronotipo) sino, muchas veces, de tipo de actividad. El cambio estacional de la hora amortigua estas diferencias: quienes madrugan no lo hacen tanto en invierno, porque la hora se retrasa en otoño; y quienes se activan más tarde, no lo hacen tan tarde en verano, porque la hora se adelanta en primavera.   

Segundo, el estudio y sus conclusiones se basan en el comportamiento actual, con la actual regulación horaria. No se puede predecir cómo responderá la sociedad ante un eventual cambio de la política horaria. Si, por ejemplo, se elimina el cambio de hora, y se adopta la hora de invierno permanente, amanecerá más temprano en primavera-verano y algunas personas encontrarán ventajoso empezar su jornada antes. Esta componente social es muy difícil de incluir en estos estudios y es una limitación importante.   

Dicho de otra forma, los autores parten de una jornada típica válida con validez anual extraída, probablemente, de un conocimiento social. La cuestión es hasta qué punto esa jornada típica anual es el resultado de emplear el cambio estacional de la hora. Como señalábamos en un reciente estudio (la referencia 19 del trabajo), socialmente un ritmo regular es muy de agradecer, fisiológicamente un ritmo regular es también óptimo, pero esas preferencias estables interfieren con el hecho insoslayable de que, a ciertas latitudes, amanece bastante antes en verano que en invierno. Dado que la luz matinal activa la fisiología humana, quienes viven a una cierta latitud pueden ser propensos a preferir activarse más temprano en verano y más tarde en invierno, algo que no se tiene en cuenta en este trabajo. 

ES