Adrián Regos Sanz
Investigador posdoctoral Ramón y Cajal en la Misión Biológica de Galicia (MBG-CSIC) y jefe del grupo de investigación ECOP – Ecología del Paisaje
Es normal que durante las olas de calor el riesgo de incendios sea muy elevado. En estas condiciones, basta cualquier ignición —ya sea de origen natural o antrópico— para generar incendios como los que estamos viendo estas semanas. El número de igniciones en el noroeste ibérico es muy alto y, en la mayoría de los casos, de origen humano, ya sea por negligencia o de forma intencionada.
Las olas de calor en verano son habituales, aunque los registros recientes muestran un aumento en su frecuencia, duración e intensidad. Esto genera condiciones meteorológicas muy favorables para la propagación del fuego, especialmente si la ignición se produce en zonas con alta carga de combustible (vegetación), lo que dificulta el control del incendio. En el noroeste peninsular, la temporada de incendios se está alargando, por lo que es previsible que sigamos viendo nuevos incendios hasta bien entrado el otoño, antes de que lleguen las lluvias y cuando la vegetación está más estresada por la sequía.
Este régimen de incendios se enmarca en la tendencia observada en los últimos años y el cambio climático favorecerá la proliferación de grandes incendios forestales, complicando aún más su extinción. No es algo nuevo: el sector lleva tiempo reclamando mejorar las condiciones laborales y profesionales de quienes luchan contra el fuego, personas que se dejan la piel —y a veces la vida— en la extinción. Sin embargo, los incendios “se apagan en invierno”: la prevención requiere una gestión del territorio a escala de paisaje que lo haga más resistente y resiliente. El paisaje agroforestal actual es fruto de políticas de los últimos 50–60 años y no puede revertirse de un día para otro, pero en el contexto climático actual solo queda planificar la prevención para optimizar los recursos disponibles. No existe una única solución, sino un conjunto de medidas adaptadas a cada territorio, integradas para generar sinergias y maximizar la eficacia. Parte de la solución pasa también por reconocer y recompensar las funciones de protección frente a incendios que ofrecen las actividades agropastorales y ganaderas, más allá de su producción económica directa.