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Vanesa Castán Broto

Catedrática de Urbanismo Climático en la Universidad de Sheffield 

La resolución adoptada por la COP28 (Global Stocktake) está repleta de referencias al Acuerdo de París (mencionado 101 veces) y al informe del IPCC (mencionado 15 veces), pero es poco probable que ayude a cumplir el objetivo de reducir las emisiones a niveles seguros como está previsto en esos documentos. Entre tanto ‘reconocimiento,’ ‘invitación,’ o ‘agradecimiento’ es fácil pasar por alto que este documento es el marco de acción para el desarrollo de los planes nacionales de cambio climático (NDCs). Las acciones requeridas en esos planes, detalladas en el punto 28 de la resolución, demuestran la dificultad de concebir un futuro sin combustibles fósiles, lo que es una auténtica tragedia. Se deja espacio hasta para el carbón, para el que simplemente se proyecta una ‘reducción progresiva’ y en el siguiente punto se reconoce el papel de los ‘combustibles de transición’ (más conocidos como ‘gas natural’) en la transición a las energías limpias. Es incomprensible: ¿cómo puede el uso de combustibles fósiles ayudarnos a dejar atrás los combustibles fósiles?  

Lo más preocupante de la resolución es su énfasis en soluciones tecnológicas que tarde o temprano nos rescatarán del desastre porque consolida un modo de pensamiento tecnocrático que nos aleja de la necesidad de una transición negociada (que es una condición para que sea justa). La transición es social y política, y no hay soluciones mágicas que nos sacarán de este atolladero. Aunque las tecnologías de eliminación y desarrollo de las emisiones de gases de efecto invernadero han avanzado en la última década, su implantación a gran escala es, todavía, un logro que solo veremos en un futuro lejano. Son tecnologías que presentan sus propios desafíos: altas necesidades de energía y suelo, impactos ambientales y sociales desconocidos, conflictos sociales y de planeamiento, etc.  

El texto propone una transición ordenada, que sea también justa y equitativa, liderada por gobiernos nacionales. Pero hay otras maneras de imaginar esa transición: una transición en la que lo que cuente no sea solo lo que pase en la COP28 y lo que hagan las grandes petroleras, sino que sea una transición liderada por la gente, en sus vidas y en sus relaciones con los gobiernos y con el medio que nos rodea. Una transición liderada por la gente es una transición en la que se demanda sostenibilidad en todos los ámbitos, desde la política local hasta la internacional; en la que hay una participación activa en los servicios locales (como ocurre en las comunidades energéticas) y los servicios respondan a las necesidades locales; en la que los trabajadores se niegan a sostener una industria, la de combustibles fósiles, en decadencia. Más allá de la política internacional, la transición a la energía limpia nos beneficia a todos y nos hace a todos responsables”. 

ES