Stephen Evans
Catedrático emérito de Farmacoepidemiología de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres
En mi opinión, este no es un artículo significativo o digno de mención y tiene limitaciones importantes. Este artículo se basa únicamente en informes espontáneos que se envían a las autoridades reguladoras del país de la persona que reporta una reacción adversa sospechada. Estos son enviados por profesionales de la salud y pacientes a las autoridades, pero están muy sujetos a sesgos, incluyendo los efectos de los reportes en los medios. La evidencia es extremadamente débil para un efecto genuino en este caso.
Un comentario útil en el editorial adjunto es “Khouri et al mostraron una amplia variabilidad de resultados provenientes de análisis de desproporcionalidad, dependiendo tanto del método como de las especificaciones del modelo, abriendo así la puerta para una presentación selectiva de los resultados”.
Las bases de datos de informes espontáneos son especialmente propensas a sesgos en relación con los efectos suicidas. La referencia 5 en el editorial, que analiza solo datos de EE. UU., no encontró un efecto adverso.
La referencia 3 en el editorial, Wang et al, es un tipo de estudio mucho más confiable, y no solo no muestra un efecto, sino que sugiere protección: “semaglutida, en comparación con medicamentos antiobesidad que no son agonistas de GLP1R, se asoció con un menor riesgo de ideación suicida incidente (HR = 0.27, 95% CI = 0.200.32–0.600.36) y recurrente (HR = 0.44, 95% CI = 0.32–0.60), consistente en todos los estratos de sexo, edad y etnia”.
No podemos concluir a partir del estudio de Schoretsanitis et al que la semaglutida en sí misma sea responsable de la suicidabilidad.
Existen otras razones, basadas en evidencia previa y con otros medicamentos, para ser cautelosos en el uso de la semaglutida, y es sensato estar consciente de la salud mental de los pacientes al prescribirla, aunque parece que la semaglutida en sí misma no aumenta los problemas de salud mental.