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Natividad Fernández Sola

Catedrática de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales de la Universidad de Zaragoza

Jurídicamente, la suspensión del tratado START III anunciada por el presidente Putin supone la paralización de los compromisos de reducción de armas estratégicas acordados en 2010; sin embargo, no implica su terminación, es decir, cabría una reanudación de su aplicación. 

Aunque es una mala noticia para los esfuerzos en pro de la no proliferación nuclear, hay que relativizar su importancia por dos razones. La primera es que START solo vincula a Estados Unidos y Rusia, las principales potencias nucleares y deja fuera al resto, en particular a China, cuya capacidad nuclear no se conoce a ciencia cierta. La segunda es que EE. UU. estuvo a punto de abandonarlo en la presidencia de Trump puesto que no quiere atarse legalmente frente a una proliferación de Pekín, su adversario estratégico.  

Finalmente, el cumplimiento de sus disposiciones esconde hoy, parcialmente, la necesidad de ambas partes de eliminar algunas de sus armas estratégicas obsoletas para sustituirlas por otras de nueva generación que EE. UU. ya prepara; algo a lo que Rusia no puede renunciar para mantener la paridad nuclear. 

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