Manuel F. Herrador
Doctor ingeniero de caminos, profesor de Estructuras de Hormigón, investigador del Grupo de Construcción (gCONS) del CITEEC (Centro de Innovación Tecnolóxica en Edificación e Enxeñaría Civil) de la Universidade da Coruña
Este artículo es interesante y de buena calidad, y se puede aprender de él si uno está familiarizado con el tema, pero para gente de fuera del campo del hormigón puede generar expectativas un poco desmedidas. Para empezar, la formulación del hormigón romano es bien conocida, porque nos ha quedado por escrito. Efectivamente sabemos que es un hormigón más durable que los que se usan habitualmente hoy en día, pero también que es menos resistente, tarda más en fraguar, depende de componentes (como las cenizas volcánicas) que no se pueden obtener con facilidad en cualquier sitio, y en algunos de sus usos más vistosos (me refiero a las mezclas con agua de mar) son incompatibles con las armaduras de acero que son imprescindibles en nuestras estructuras de hormigón armado y pretensado.
Las lecciones del hormigón romano ya las tenemos aprendidas, y tanto es así que se pueden fabricar hormigones similares de acuerdo a las normativas, que contemplan el uso de adiciones de cenizas; de hecho, se emplean con normalidad en estructuras con requisitos especiales de durabilidad, y sus inconvenientes se tienen en cuenta en el proyecto.
Todos los estudios que contribuyan a la descarbonización del cemento (problema muy real y bien planteado en el artículo) son bienvenidos, pero hoy en día hay líneas de investigación de los llamados «cementos verdes» mucho más prometedoras, con el uso de otros subproductos industriales como las cenizas de fondo de los altos hornos o los residuos de la industria maderera.