José Ramón Uriarte
Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico en la facultad de Ciencias Económicas
Siempre son bienvenidos los esfuerzos de investigación para comprender, mediante modelos formales, el proceso por el que grupos de individuos de una sociedad cambian el uso de una lengua. En el caso que nos ocupa, un grupo de investigadores del IFISC (Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos, centro mixto de la Universitat de les Illes Balears y el CSIC) aborda, una vez más, esta cuestión. Como es habitual en este grupo de investigación, los autores publican un trabajo serio que explora la implicación de introducir ideologías en las elecciones lingüísticas que hacen fracciones de personas de una sociedad determinada. Se trata de una línea de investigación novedosa.
En concreto, los investigadores suponen que las ideologías moldean las preferencias lingüísticas y que cada individuo está dotado de una preferencia fija definida sobre un conjunto de dos variedades de una lengua: la variedad lingüística estándar, denominada X, y la vernácula, una especie de dialecto, denominada Y. Las preferencias son estrictas: o se prefiere siempre una variedad o la otra. Además, su preferencia por una variedad no coincide necesariamente con la variedad que habla. Dado que los agentes individuales pueden interactuar continuamente entre ellos, el conflicto entre preferencias es sensible a los efectos de imitación (siguiendo reglas precisas) de los agentes vecinos, de modo que la distribución de los agentes a favor de cada variedad cambia con el tiempo. Por ejemplo, un agente que prefiera X puede empezar hablando Y, pero a medio plazo podría verse influido por los vecinos y hablar X, para finalmente volver a Y más adelante. El modelo no tiene relación empírica con una situación sociolingüística concreta, pero los autores afirman que su marco teórico es lo suficientemente general como para abarcar una amplia gama de situaciones sociolingüísticas.
En primer lugar, observamos que en su modelo de preferencias no se permite la indiferencia entre las variedades. Además, no existen barreras ni costes de ningún tipo (como los costes de aprender la variedad que se prefiere pero que no se habla). La gente puede pasar sin problemas de una comunidad de habla a otra.
Ahora bien, supongamos que, en lugar de una lengua, el modelo se enfrenta a una situación sociolingüística de dos lenguas diferentes que compiten por los hablantes, la dominante A y la minoritaria B. Si he entendido bien su modelo, en esta nueva situación sociolingüística, como implicación de sus supuestos, todos los individuos deben ser bilingües (la existencia de un sistema educativo bilingüe permite este supuesto). Por lo tanto, el análisis dinámico del conflicto de preferencias se realizaría dentro de la comunidad de hablantes bilingües. Pero no están solos en este territorio analítico. Sin ir muy lejos, Uriarte y Sterlich (2021), un trabajo citado por los autores, estudiaron la dinámica del cambio lingüístico dentro de las comunidades de bilingües del País Vasco, Irlanda y Gales (estas tres sociedades tienen lenguas en contacto).
Efectivamente, existen diferencias formales entre los dos modelos. En nuestro modelo, las elecciones lingüísticas se hacen bajo incertidumbre y la intensidad de las preferencias permite la indiferencia lingüística. Pero no es necesario discutir aquí esas formalidades. La cuestión relevante sería cómo se comportan empíricamente los dos modelos con respecto a su contexto sociolingüístico específico. Me atrevo a aconsejar al grupo IFISC que confronte su modelo con datos empíricos para ver su rendimiento.
También hay otro mensaje empírico que me gustaría compartir (y que probablemente los autores ya conozcan). En determinados contextos sociolingüísticos (como el País Vasco, Cataluña y Gales, por mencionar algunos), cualquier modelo dinámico de cambio lingüístico que pretenda tener algún grado de validez empírica debería producir puntos fijos estables (es decir, convenciones o consensos lingüísticos) en el interior del espacio relevante, sin converger nunca en una convención lingüística en la que la lengua minoritaria B se extinga. ¿Por qué? Por la ideología de esos hablantes bilingües, su posición política y su lealtad a una lengua y a su cultura afín. En definitiva, por sus marcadas preferencias a favor de la lengua B. Esta es una de las razones que hacen verdaderamente relevante la investigación del IFISC.