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José Prenda

Catedrático de Zoología en el departamento de Ciencias Integradas de la Universidad de Huelva

La crisis de biodiversidad que está sufriendo el planeta como consecuencia de la acción humana está dando lugar a una extinción masiva de dimensiones comparables a otras crisis sufridas a lo largo de la historia geológica de la Tierra, causadas por catástrofes globales como grandes cambios climáticos, vulcanismo generalizado o el impacto de meteoritos. La pérdida actual de especies, hábitats y de variabilidad genética que afecta de manera generalizada al conjunto de los seres vivos, exige un compromiso por parte de los responsables de esta hecatombe, de nosotros mismos, para al menos frenar esta tendencia laminadora de la biodiversidad. Las transformaciones impulsadas por los humanos repercuten sobre cualquier tipo de organismos, en cualquier tipo de medio, sin demasiadas distinciones. Sin embargo, los esfuerzos que se realizan para detener estas pérdidas, a diferencia de las causas, sí que poseen un marcado sesgo impuesto por intereses varios, por preferencias subjetivas independientes de la verdadera importancia taxonómica o del grado de amenaza de las especies, tal y como se recoge en este trabajo. 

Un modelo de conservación de la biodiversidad coherente debiera distribuir la financiación, siempre muy limitada, con criterios científicos rigurosos, normalmente entre las especies más amenazadas. Guenard y colaboradores ponen de manifiesto muy acertadamente que los criterios empleados para implementar proyectos de conservación financiados tienen más que ver con el interés humano por las especies, su carácter más o menos carismático o emblemático, que con su verdadero estatus. Esta discrepancia, según los autores del artículo, no es generadora siquiera de efectos colaterales positivos, por cuanto las especies apreciadas por la opinión pública no son representativas de la abundancia de otras especies, como se ha demostrado en otros trabajos, y su eventual mejora no se estaría trasladando a otras más amenazadas. 

La biodiversidad planetaria más resentida de nuestros excesos no es precisamente la destinataria de los fondos para su recuperación. Moluscos, anfibios, hongos o peces continentales son los que están acusando verdaderamente el impacto humano y a ellos apenas se dedica un nimio esfuerzo financiero para evitar su extinción. Tal y como refieren los autores del artículo se precisa aumentar el conocimiento científico de gran parte de los seres vivos, definir con precisión su estatus y, a partir de ahí, actuar coherentemente. De lo contrario no estaremos garantizando la conservación del conjunto de la biodiversidad, sino de una pequeña fracción de seres quizás más propia de parques zoológicos que de otros ámbitos. 

ES