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José Prenda

Catedrático de Zoología en el departamento de Ciencias Integradas de la Universidad de Huelva

La conservación de la biodiversidad es una necesidad perentoria que reclama la acción conjunta de todos los gobiernos y de los principales actores mundiales. La pérdida irremisible de seres vivos es a la vez síntoma y causa del deterioro planetario impulsado por el crecimiento sin freno de la especie humana. La simplificación de la biosfera, la estela de extinciones que vamos dejando tras nuestro aparente progreso en sinergias imposibles de predecir, redunda en las condiciones en que se desarrolla la vida, incluida la humana. De ahí la urgencia por alcanzar acuerdos que definan un marco de conservación global que siente las bases para el freno efectivo a la pérdida de especies. Al igual que ya existen mecanismos para la salvaguarda del clima, es imprescindible comenzar a arbitrar medidas en el mismo sentido para la protección efectiva de la biodiversidad. Que no solo se reduzcan emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, sino que el estatus de especies deje de precarizarse y se inicie una estabilización, cuando no el crecimiento, de poblaciones y ámbitos de distribución de organismos amenazados. 

En ello reside la importancia de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP16) que se cerró anoche en Roma con un acuerdo que invita tímidamente a la esperanza. Según la presidenta de la COP16, la colombiana Susana Muhamad, se han conseguido recursos financieros, planteado como gestionarlos y definir su seguimiento. Un marco casi idílico. Las dificultades estriban en hasta qué punto se tomarán en serio gobiernos y entidades este acuerdo teniendo en cuenta el nuevo contexto sociopolítico global en el que las tendencias apuntan sin disimulo en sentido contrario. La descarbonización lleva aparejado un considerable desarrollo tecnológico con consecuencias directas sobre la economía que la hacen atractiva para los actores financieros. El freno y la reversión a los procesos de extinción de flora y fauna es un problema mucho más complejo, por cuanto su implementación puede exigir consideraciones particulares, especie a especie, y sus efectos financieros, aunque pudieran ser equiparables hasta cierto punto con los mercados de carbono, de momento no gozan de la misma popularidad. 

El acuerdo logrado en Roma, de alcance modesto y consecuencias por ver, al menos establece unas condiciones de partida formales para el despegue de una eventual recuperación de la biodiversidad. Lo que no es poco. Esperemos que la buena voluntad manifestada por el reducido grupo de líderes presentes en el cierre de la cumbre no se tuerza por el peso del interés de las grandes potencias o por el imprudente desdén que solemos manifestar los humanos por otras vidas que no sean la nuestra. 

ES