Pepe Alcamí
Investigador del IDIBAPS y director científico de la Unidad VIH del Hospital Clínic de Barcelona
El artículo reporta un caso de curación de la infección por VIH en un paciente que recibe un trasplante de médula ósea debido a una leucemia recidivante sin otra opción terapéutica. Al igual que los denominados pacientes de Londres y Berlín, el trasplante se realizó con células de un donante que portan una deleción genética en uno de los receptores mayores del VIH, por lo que las células son resistentes a la infección.
¿Qué novedades aporta esta descripción con las previas? La aplicación de tecnologías de detección del reservorio más avanzadas y un estudio inmunológico de la respuesta frente al VIH de mayor profundidad. El virus es lo que se detecta y la respuesta inmune un espejo de si el VIH sigue presente. El paciente no tiene repunte de la viremia cuatro años después de interrumpir el tratamiento, por lo que las posibilidades de que esté curado son muy elevadas.
Dos aspectos son llamativos e interesantes: uno es la detección de fragmentos genéticos del VIH que aparentemente son defectivos al no poder aislarse el virus. Esto se ve con claridad y no había sido reportado en casos previos. Por otra parte, en las células trasplantadas se detecta respuesta celular frente al VIH. Esto indica que después del trasplante y a pesar de que el paciente estaba con tratamiento antirretroviral, el VIH persistió hasta el nivel de dar una respuesta inmunológica que ha ido disminuyendo con el tiempo. Este dato es muy interesante porque apunta a que el elemento clave para la curación es que las células del donante sean resistentes a la infección por el defecto en el gen CCR5. Aunque el VIH persista un tiempo y replique a pesar del tratamiento antirretroviral, el hecho de que no pueda infectar nuevas células le lleva a la extinción.
¿Qué implicaciones tiene en la práctica diaria? Ninguna. El trabajo tiene un gran mérito, está bien realizado y por grupos de prestigio, pero, como todos los casos de erradicación o curación funcional que publicamos, son casos excepcionales que no pueden extenderse a la práctica totalidad de los pacientes. No es ético realizar un trasplante de médula ósea si no está indicado por una enfermedad hematológica porque la mortalidad del procedimiento es muy elevada (>40 %). Conseguir este efecto con terapia génica –anular el gen CCR5 en células progenitoras o linfocitos CD4– como siempre se discute y sugieren los autores en el último párrafo, es todavía un objetivo lejano. Los ensayos realizados hasta el presente han dado resultados muy transitorios y sin relevancia clínica. Esto es importante destacarlo.
En resumen, el trabajo supone un avance en nuestro conocimiento, pero la estrategia es inviable para los pacientes que viven con el VIH, no representa una esperanza para la inmensa mayoría.