Jorge Hernández Bernal
Investigador en el Laboratoire de Météorologie Dynamique, Sorbonne Université, CNRS (Francia)
Aplaudo que el ESO (European Southern Observatory) llame nuestra atención sobre el impacto de este megaproyecto energético de producción de hidrógeno y amoniaco. Esta situación no es única, los megaproyectos asociados a un modelo de transición ecológica técnicamente dudoso y socialmente injusto se extienden por todo el mundo. Por coherencia con lo que sabemos de la amenaza civilizatoria que supone la crisis ecológica y de recursos, y como empleados públicos que se deben al bienestar de la ciudadanía global, desde la comunidad científica deberíamos cuestionar con más frecuencia este tipo de megaproyectos.
El impacto sobre las instalaciones de ESO es particularmente relevante en este proyecto. Esto va a generar mucha atención fuera de Chile y en la comunidad astronómica global, ya que Cerro Paranal es una referencia indiscutible para la astronomía moderna, y el que será el telescopio óptico más grande del mundo está también en construcción en esta zona. La inversión de ESO que se ve comprometida se estima en 6 mil millones de dólares, en comparación la inversión prevista por AES (corporación estadounidense que ya ha sido sancionada en Chile por su impacto ambiental) en su megaproyecto es de 10 mil millones de dólares. Son cifras comparables y parece esperable que las autoridades locales cuanto menos escuchen a ESO. Los dos actores proceden de países del Norte global y es esperable que la diplomacia también juegue un papel en lo que finalmente suceda, de ahí la importancia de que en Europa hablemos de esta situación.
Sin embargo, este tipo de proyectos están en cuestión por todo el mundo por muchos otros motivos. La transición energética basada únicamente en el reemplazo de combustibles fósiles por energías renovables eléctricas es globalmente inviable con los recursos y tecnologías disponibles a día de hoy, y la solución más razonable parece racionalizar la economía: reduciendo fuertemente el consumo de energía y recursos mientras se disminuye la desigualdad global atendiendo a criterios de justicia social.
Pero, lejos de planear un decrecimiento controlado, las grandes economías mundiales se han embarcado en una competición alejada de criterios científicos y derechos humanos, e intentan competir por unos recursos materiales y energéticos que sabemos con certeza que son insuficientes para mantener el nivel de derroche actual. Hay que recordar que el 10% más rico de la población mundial es responsable de aproximadamente la mitad de las emisiones que causan el cambio climático. Y el 1% más rico contamina más que el 60% más pobre.
América latina está en el foco de esta nueva corriente extractivista por sus abundantes reservas de minerales necesarios para esta dudosa transición energética, y en este caso por la abundancia de energía solar en latitudes bajas. La oposición civil a este tipo de proyectos es común en todo el continente, pero recibe una atención limitada. En este caso el proyecto de AES está orientado a la producción de hidrógeno y amoniaco que se usaría para consumo local y para exportación. El hidrógeno es un vector energético conocido por su eficiencia limitada, y no son pocas las voces en la comunidad científica que están llamado a la cautela ante las altas expectativas que se han puesto en esta tecnología.
Creo que no debería tratarse simplemente de desplazar este megaproyecto a otra ubicación, sino de cuestionarse, para empezar, si este proyecto es necesario, y si lo es, cómo, dónde y por quién debería ponerse en marcha. El conflicto de los observatorios de Hawái con las comunidades locales de Mauna Kea ha generado mucha sensibilidad en la comunidad astronómica, y esta sensibilidad debería llevarnos a pensar en cómo articular nuestra crítica a este proyecto en colaboración con las comunidades locales, con perspectiva decolonial y justicia climática.