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Jordi Casademont

Director del Servicio de Medicina Interna y responsable de la Unidad Funcional de Fibromialgia y Síndrome de Fatiga Crónica en el Hospital Sant Pau de Barcelona

El estudio parece bien realizado y se puede considerar de buena calidad. Lo avala el hecho de que está publicado en una revista de prestigio.   

Dicho esto, hay diversas cosas a valorar. Si bien es cierto que los pacientes demuestran diferencias estadísticamente significativas, cabe discutir si son clínicamente relevantes. La diferencia en las medias muy discreta. ¿Es relevante, por poner un ejemplo, que una medicación disminuya la presión arterial sistólica 0,05 mmHg, por muy estadísticamente significativa que sea la diferencia porque se han incluido 10.000 pacientes? No lo es. Pero lo peor es que la dispersión de casos en los dos grupos es prácticamente superponible. En la práctica, lo que encuentran los autores no parece que lleve a ningún lugar más allá de sugerir que esta podría ser una vía para seguir investigando.  

Por otro lado, los estudios de la microbiota intestinal son muy complejos de analizar. Hace ya algunos años que se trabaja intensamente en ellos, y a efectos prácticos no hay casi nada que se pueda utilizar en la clínica. Hay un sinfín de artículos que asocian patrones de microbiota con estados patológicos determinados, pero no se puede ir, de momento, más allá de describir el hallazgo. Además, no siempre son coincidentes los hallazgos entre laboratorios, incluso si solo se tienen en cuenta los considerados de mayor calidad. Son estudios, por decirlo de alguna manera, que no están nada estandarizados. 

La microbiota intestinal es, sin duda, un campo muy interesante de estudio, pero de momento podríamos decir que se está en fase de recogida de información y no de sacar demasiadas conclusiones. Hay unas variaciones enormes entre individuos relacionadas con muchísimos parámetros que apenas conocemos y es aventurado intentar sacar conclusiones que sean de utilidad práctica. Los mismos autores de estos dos artículos insisten que los datos no implican causalidad, simplemente relación. Podemos preguntarnos: ¿las diferencias entre pacientes y grupos pueden responder a que los pacientes, por el hecho de encontrase mal, hacen una dieta algo diferente? ¿Comen menos carne y más verdura, por ejemplo, o productos con probióticos? Por la misma razón, ¿pueden haber consumido más antibióticos?    

Creo que se trata de un trabajo que simplemente anima a seguir investigando en este campo, pero poco más. Da la sensación de ser uno más de las decenas de artículos que se publican anualmente y que se limitan a describir supuestas alteraciones en los pacientes con síndromes de sensibilidad central y que no pasan de esta fase. Hace años que veo artículos en este sentido y muy raramente los mismos autores ofrecen, al cabo de algunos años, una continuidad del trabajo en el que los primeros hallazgos hayan permitido avanzar en establecer la etiopatogenia [las causas y los mecanismos] de estos síndromes. 

Una vez dicho esto, que quede bien claro que es un trabajo bienvenido que, quizás, sea el que aporte un mejor conocimiento de la patogenia de estas enfermedades. Veremos. Pero tiendo a ser cauteloso o incluso, si se me apura, escéptico.  

En cualquier caso, creo que no tiene ninguna implicación a corto plazo para los pacientes.

ES