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Fernando Valladares

Doctor en Biología, investigador del CSIC y profesor asociado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid

La Cumbre del Clima número 28 ha terminado con un informe algo mejor de lo que se pensaba en el último día, pero insuficiente. El acuerdo es histórico en algunos aspectos porque, indudablemente, por fin se habla de transicionar hacia la desaparición de nuestra dependencia del petróleo y de los combustibles fósiles. Eso es algo histórico. También tiene de histórico el que eso se haya alcanzado en un país productor de petróleo, con un presidente de la cumbre que es, a su vez, presidente de una petrolera. Tiene muchos matices históricos y algunos motivos de celebración, pero a nadie se nos escapa que la COP28 se ha quedado muy corta, sobre todo, porque los términos no son suficientemente fuertes. Recordemos que se estuvo balanceando entre la palabra “eliminar” los combustibles fósiles, en especial el petróleo, y “reducir”, que reducirlos era ambiguo, vago y muy desilusionante para casi todos. Se encontró una frase, una terminología intermedia, que es la de “transicionar” hacia la reducción y eliminación, y esto ha sido aceptado y está en el documento y es algo mejor que simplemente dejar un vago “reducir”, pero refleja las dificultades diplomáticas y las dificultades para compromisos serios. 

Para mí el principal problema de este documento y de las resoluciones alcanzadas es que no son vinculantes. Se deja a los países toda la libertad para hacer o no hacer, y no tiene ninguna sanción, no tiene ninguna consecuencia el que los países hagan más o hagan menos. Estas dos características hacen de estos acuerdos apenas un marco demasiado laxo para la situación en la que estamos, en la que el cambio climático ha cogido extraordinaria velocidad en los últimos dos años. Esa velocidad del cambio climático no está para nada reflejada en este documento, en estas conclusiones de la cumbre. 

La cumbre 28 se llena de palabras muy genéricas pero bastante vagas, que se podrían haber empleado también en una cumbre de hace 10 años. No estamos ahí y, sin embargo, se sigue mareando la perdiz, como se dice habitualmente, con declaraciones pomposas y amables, pero es verdad que se dan algunos avances. Hay aspectos relacionados con la salud humana, con la adaptación al cambio climático que ya está aquí, con los fondos de compensación por daños y pérdidas causados por el cambio climático. Son avances, de todas formas, modestos también. Pensemos en las cantidades que los países están aportando a este fondo de compensación por daños y pérdidas. Son, de momento, unas cantidades pequeñas y también los organismos internacionales, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial no terminan de de de concretar y orquestar del todo los mecanismos financieros. 

Así que hemos avanzado desde la Cumbre de Glasgow (la del año pasado en Egipto fue apenas un pequeño paréntesis). En Glasgow se pusieron sobre la mesa muchos de los temas que ahora se están abordado y algo se ha avanzado. Es decir, hay alguna razón para alegrarse pero, en general, hay más razones para preocuparse. Creo que tenemos que canalizar nuestra preocupación, desde la ciudadanía hasta los profesionales más o menos relacionados con aspectos que puedan tener huella de carbono o estrategias para mitigar el cambio climático. Tenemos que canalizar esa preocupación hacia soluciones concretas y rápidas, algo que no está en el documento de la COP. Ni son concretas ni son rápidas. Se habla una transición a algunas décadas vista. Sí que se acorrala el metano como un gas —aparte del CO2— importante en el efecto invernadero y se ha apremiado a que se reduzcan las emisiones. Se ha puesto énfasis y se ha incluido en el documento final lo que se decía de triplicar las energías renovables y duplicar la eficiencia energética, esto va en la buena dirección, pero tampoco son soluciones milagrosas. 

Se abre aquí un paréntesis incierto y quizá no del todo afortunado sobre otras formas de energía menos intensivas en carbono o con poca huella ambiental, incluso abriéndole otra vez la posibilidad a la nuclear. Son puertas que se dejan abiertas pensando, probablemente, en futuros complicados. El gas ha sido uno de los grandes beneficiados porque se ve como la forma de energética de transición por excelencia y sabemos que el gas, aunque es mejor —en el sentido de las emisiones— que el petróleo y mucho mejor que el carbón, no está para nada libre de provocar problemas climáticos, así que apoyarse demasiado en el gas tampoco es la solución. Puede ayudar a transicionar, que es el espíritu, pero en la forma en la que está escrito permite que los países, las empresas y las organizaciones puedan interpretarlo y aplicarlo de distintas maneras. 

Así que la cumbre deja mucho trabajo por hacer, no concreta lo suficiente, no alcanza los niveles de urgencia acordes a una emergencia, pero por fin se aborda explícitamente el problema clave de los combustibles fósiles y no el paraguas genérico de las emisiones —en sentido vago— que hay que reducir. Ahora ya se habla de producción y consumo de petróleo como algo a eliminar, aunque la palabra “eliminar” en sí misma se ha matizado un poco. Son algunos pequeños avances en una cumbre que se ha quedado corta, pero menos corta que lo que nos temíamos en las últimas horas. 

ES