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Eduardo Rojas Briales

Profesor de la Universitat Politècnica de València y exsubdirector general de la FAO

El estudio se ha realizado en un plazo muy breve y con una información y metodologías limitadas como se reconoce en el mismo. Por ejemplo, si se pretende comparar con otros países el efecto de los incendios es necesario disponer de una información consolidada sobre la superficie de bosques —en términos de la Ley de Montes española superficie forestal arbolada—. Por ahora solo se dispone de la información de imágenes de satélite a la que hay que detraer: 

  • las zonas no efectivamente quemadas 

  • usos del suelo no rústico (cursos de agua, embalses, infraestructuras, zonas urbanas, logísticas e industriales,) 

  • los terrenos agrícolas y  

  • los forestales desarbolados. 

Para ponerlo en contexto se adjunta la siguiente tabla: 

Año 

2021 

2022 

2023 

2024 

2025  

(hasta 24.8) 

Superficie forestal arbolada 

18.739 

106.486 

41.373 

10.576 

21.509 

Otras superficies forestales 

57.628 

146.766 

43.969 

33.344 

77.860 

Total superficie forestal 

76.367 

253.252 

85.342 

43.920 

99.369 

% de superficie arbolada del total forestal 

24,5 % 

42,0 % 

48,5 % 

24,1 % 

21,6 % 

En hectáreas (ha) 

Cabe recordar que en 1970 España tenía 25 millones de ha de terreno forestal (50%) del cual el 53 % era desarbolado y el 47 % (11,8 millones de ha) arbolado (IFN-1). 50 años más tarde (datos de campo medios de 2020) tenemos un 66 % del terreno forestal arbolado (18,4 millones ha) y un 33% desarbolado (IFN-4). Si se contrasta con las cifras de incendios durante los últimos cinco años, se observa como estos se están concentrando en las zonas forestales desarboladas, y especialmente en el noroeste interior. Estas zonas son además las que relativamente a su superficie muestran un considerable mayor número de incendios forestales. Según el último informe decenal publicado por el MITECO (2006-2015) donde divide España en cuatro regiones a efectos de incendios (Noroeste: Galicia, Euskadi, Cantabria, Asturias, León y Zamora; la España interior, la España mediterránea y Canarias) suponiendo el noroeste solo el 16,1 % del conjunto de España (sin Canarias) sufre 9,0 incendios por cada 1.000 km2 mientras que el resto de España solo 1,4, lo que supone una ratio 6,4 veces mayor. Debe considerarse que Euskadi muestra cifras bajas de incendios y en verano, que es la época más crítica de incendios en el conjunto de España, la Cornisa Cantábrica y el Norte de Galicia apenas tienen incendios.  

Ese alto número muestra además un uso muy arraigado culturalmente al uso del fuego respecto al resto de España y vinculado con la ganadería. 

Respecto a las aseveraciones relacionadas con el aumento de hasta 40 veces del riesgo de incendios o que incendios así solo tenían un periodo de retorno de 500 años hasta la aparición del cambio climático, mientras que ahora son mucho más frecuentes, es aconsejable ser más prudente dado que se enmascaran muchos factores. Obviamente el cambio climático comporta modificaciones que refuerzan el riesgo de grandes incendios, pero se sabe también de inmensos incendios en el pasado (los griegos denominaron al Pirineo por los incendios, pyros).  

Cuando se habla de vientos debe considerarse que el propio incendio a partir de una determinada dimensión genera sus propias corrientes de viento diferentes a las circundantes. Yendo más cerca en el tiempo, pero con significativamente menores concentraciones de CO₂ en la atmósfera, tenemos constancia del incendio de Ayora (Valencia) de unas 30.000 ha en 1979 o los dos incendios de la Catalunya central en 1994, que sumaron más de 40.000 ha en momentos en los que la continuidad y carga de biomasa forestal eran significativamente menores que hoy. 

El hecho que los bosques españoles se hayan cerrado de una forma acelerada, aumentando en un 62 % en extensión y un 338 % en carga de biomasa supone una multiplicación de la continuidad y carga de combustible listo para arder. Precisamente aquello que lleva a los incendios a un nivel de alto riesgo (los de 6ª generación) capaces de modificar la atmósfera sobre ellos y generar pirocumulonimbus cuando llegan a ese punto dejando de ser lo que ocurra en la atmósfera circundante determinante. Para ello se requieren de grandes concentraciones de calor por el fuego si dispone de una importante acumulación de combustible listo para arder determinado por elementos finos muertos característicos de zonas con bosques y matorral además de campos abandonados.  

Finalmente, una de las principales conclusiones del proyecto europeo de investigación FIREPARADOX fue que, ante la respuesta exclusivamente represiva a los incendios, centrada en la extinción, se conseguía a corto plazo una mejora respecto a la superficie quemada pero que, con el tiempo, esta se iba diluyendo al no abordarse el problema de fondo: el estado de abandono generalizado del territorio en el Mediterráneo, siendo el mejor indicador el progresivo aumento de la superficie quemada concentrada cada vez más en grandes incendios forestales (GIF: >500 ha). 

Incluye una referencia de pasada a las inundaciones causadas por la DANA del 29 de octubre en Valencia. Siendo obvio que el cambio climático aumenta ese riesgo, se tienen referencias en la zona de recurrentes inundaciones tanto en la cuenca del Turia, como del Júcar o del Barranco del Poio en ritmos de 25-50 años (p.e. Cavanilles). El Sinus ilicitanus llegaba hasta las puertas de Elx en periodo romano y se ha cerrado en un plazo de 2.000 años gracias a las aportaciones de sucesivas riadas en una zona con considerables menores precipitaciones que el Golfo de Valencia. 

En el apartado de mensajes principales se indica que se trata de los incendios más devastadores sufridos por España cuando en 1994 se quemaron 438.000 ha de terreno forestal y 250.000 ha de terreno forestal arbolado, cifra que considerando lo expuesto es improbable que se alcance, dado que, generalmente, el otoño es un período tranquilo en este ámbito. 

Siendo indudable el cambio climático un elemento coadyuvador al riesgo de grandes incendios, centrarse meramente en un proceso global a largo plazo y que depende de avances disruptivos, tanto en lo que respecta a generación de energía como de su almacenaje económico y fiable impredecibles en el tiempo y consensos internacionales complejos, no es responsable por una cuestión básica de escala espacial y temporal respecto a un territorio concreto. Incluso lo que se señala como prioritario, recuperar la gestión y adaptar los territorios para dotarlos de mayor resiliencia, contribuiría muy positivamente a la lucha contra el cambio climático aumentando la oferta de productos de ganadería extensiva que no generan emisiones de efecto invernadero, madera, corcho, resina y otros productos forestales claves en la substitución de materias primas fósiles y minerales con grandes requerimientos energéticos (bioeconomía). Desconcentrar la población de las metrópolis no solo sería recomendable por calidad de vida o cultura, sino también por los efectos climáticos que ella comporta. 

La tendencia de las políticas públicas se ha ido decantando por la preferencia hacia enfoques preventivos y resilientes por delante de los represivos, por motivos de eficiencia y equidad, no siendo comprensible porque en aquello relacionado con el mundo rural ciertos actores muestran una reiterada ausencia evidente de empatía que forma parte destacada de la ecuación y del principio plasmado en los ODS de no dejar a nadie detrás. Ante la falta de apoyo por la sociedad, en una democracia finalmente deciden marchar y abandonar su territorio y, finalmente, una de sus consecuencias son los grandes incendios. 

Se proponen también grandes repoblaciones, lo que no es precisamente lo conveniente si interesan discontinuidades en la vegetación para que los cuerpos de extinción puedan actuar con seguridad y posibilidades reales de controlar el fuego. Además, la mayoría de las zonas arboladas tanto en Portugal como el noroeste de España las especies predominantes eran Pinus pinaster, Quercus ilex, Q. pirenaica, Q. robur, Q. petraea y Castanea sativa, caracterizadas por la capacidad de disponer de semillas serótinas el primero y rebrotar los segundos. 

En mensajes principales se hace una referencia refutada científicamente respecto a la mayor propensión a arder de unas especies frente a otras, olvidando que la estructura y la carga de material fino muerto es mucho más determinante en incendios forestales. El comportamiento del fuego nada tiene que ver con el origen de la especie, sea introducida o nativa. Citan a Eucaliptus y Acacia que, si bien están presentes en el noroeste, no lo están en la zona quemada, dado que esta es demasiado continental y fría en invierno. 

ES