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Eduardo Rojas Briales

Profesor de la Universitat Politècnica de València y exsubdirector general de la FAO

Con tantos días de ola de calor y riesgo extremo de incendio, ¿es normal que haya tantos incendios a la vez o se sale de habitual? 

“Primero, no podemos valorar una campaña anual por unas semanas críticas. Casi todos los años hay unas semanas complicadas por la meteorología en zonas determinadas. Segundo, para identificar tendencias solventemente debemos observar una serie mínima de cinco años, pero preferentemente de 10 años. Lamentablemente el MITECORD dejó de publicar las series analíticas decenales en 2015, lo que nos priva de la perspectiva de la evolución desde 2016”.   

¿Qué perspectivas hay de su evolución? 

“No soy meteorólogo. Parece que el tiempo se normalizará a principios de la semana que viene. Es clave también cuando comiencen las lluvias de otoño tanto en la zona del interior del NW (Ourense, León, Zamora, Cáceres, Ávila) como en el Mediterráneo”.   

¿Qué valoración hace de los incendios de lo que llevamos de verano? 

“En primer lugar, deberíamos destacar que, de las dos temporadas de incendios, la posinvernal (marzo-abril) de las montañas del NW y la estival –que prácticamente no afecta a la cornisa cantábrica–, la primera ha sido excepcionalmente favorable por la ausencia de situaciones continuadas de viento sur. En segundo lugar, los incendios de Torrefeta i Florejacs (Lleida) en junio y Tres Cantos recientemente en Madrid o antes en Los Ángeles (Estados Unidos) demuestran que la denominación de “incendios forestales” ha quedado obsoleta y debe ser sustituida por una nueva como se viene haciendo en Norteamérica con el término wildland fire, nada fácil de traducir.  

La interfaz urbano-forestal y las zonas agrícolas son altamente combustibles bajo ciertas condiciones igualmente y, en el primer caso, distraen a muchos efectivos ocasionando frecuentemente que incendios realmente forestales que podían haberse extinguido en un primer momento, devengan por desatención grande. En tercer lugar, el hecho que se produzca una ola crítica de incendios en el periodo con menor volumen de información política o deportiva comporta el riesgo de una sobreexposición mediática que favorece la sobrevaloración de aspectos anecdóticos, la búsqueda de culpables y soluciones demasiado simples e insolventes y la pérdida del foco objetivo. 

Los bosques españoles han crecido en extensión desde 1970 y, con las cifras últimas conocidas, de 11,8 millones de hectáreas (23,3 %) a 18,5 (36,6 %), lo que supone un incremento del 57 % en 50 años. Pero, en términos de biomasa, el crecimiento ha sido aún más intenso, alcanzando un 160 %. Hay que señalar que de ese incremento de 6,7 millones de hectáreas solo un máximo de 1,5 millones corresponden a repoblaciones, mientras que el resto provienen de expansión espontánea favorecida por el abandono rural y agropecuario, especialmente, en zonas de montaña. 

Es obvio que el cambio climático está exacerbando la severidad de los incendios, pero no es responsable esperar a que las emisiones bajen y décadas después la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero (GEI) como apuesta única y exclusiva para abordar el problema, dado que hablaríamos de dimensiones temporales excesivas y, además, con el clima de hace pocas décadas, con la continuidad y carga de combustibles actuales, habríamos tenido igualmente problemas considerables para controlar los incendios. Lo que hacen los incendios o las inundaciones en condiciones climáticas como las actuales es poner con mayor crudeza en evidencia que no hemos hecho los deberes y, por ello, resulta una tremenda irresponsabilidad fiarlo todo a una difusa lucha global conta el cambio climático. 

No existe otra alternativa que construir paisajes —incluyendo todo el territorio, menos las zonas totalmente urbanizadas y las láminas de agua— que sean verdaderamente resilientes ante los incendios. Para ello hay que mantener la carga de biomasa en niveles que se puedan gestionar por los servicios de extinción (10 t/ha de material vegetal fino muerto), junto a la necesaria discontinuidad horizontal de la vegetación y una accesibilidad suficiente para que se pueda trabajar en condiciones de seguridad para el personal de extinción. Y eso requiere de revertir el abandono rural, luchar por la agricultura y ganadería extensivas, superar el conservacionismo edenista y estático, aumentar la demanda de materiales y alimentos de proximidad que procedan de esa misma gestión (corcho, biomasa, miel, carne de caza, esparto, madera,…) e integrar las quemas prescritas como la vacuna que permita al territorio superar el reto del fuego sin que devenga una catástrofe.  

Con ello, además, reduciríamos la pérdida de agua por exceso de intercepción por parte de la población, fácilmente de media unos 500 m3/ha y año y, lo que no es menos importante, se desactivaría el proceso de concentración de la población en metrópolis y en una costa cada vez más saturadas”. 

ES