Antonio Guillamón Fernández
Catedrático emérito de Psicobiología
Los autores reconocen en las limitaciones que el estudio se puede prestar a confusión porque utilizan dos criterios, el de trastorno de la identidad de género (ICD-10; de la OMS; recientemente sustituido por incongruencia de género en el ICD-11) y el de disforia de género (DSM-5; DSM5-TR). El 80 % de la población que estudian es americana, donde se aplica el DSM-5, pero utilizan el ICD-10 para abracar a más países. Podrían haber adoptado otra estrategia, centrarse en la población americana con el DSM-5 y presentar los datos foráneos en material suplementario y realizando análisis conjuntos de las dos muestras.
Los datos son congruentes con los de investigaciones previas de los últimos diez años en las que se observan dos hechos: que es en la pubertad cuando aflora con más intensidad la disforia de género y, segundo, que el cociente: asignado-chico-al-nacer-que-tiene-consciencia-de-ser-chica/asignada-chica-al-nacer-que-tiene-consciencia-de-ser-chico se ha modificado en los últimos años a favor de las chicas que tienen consciencia de ser chicos.
Las limitaciones se refieren a la utilización de las clasificaciones diagnósticas y la utilización de terminología que no es intercambiable.
Las dos gráficas que presenta el trabajo sobre la prevalencia de la disforia de género y cómo año a año se presenta de forma más temprana son muy ilustrativas. Sin embargo, los autores proporcionan una explicación de los datos por vagas variables sociales. El concepto de identidad de género es un tema complejo que abarca variables genéticas, epigenéticas, hormonales, cerebrales y sociales. Es improbable que solo las variables sociales sean la causa. Habría que pensar mejor en una interacción de todas las variables. También hay que recordar que las personas transgénero, al igual que las cisgénero, no son inmunes a una psicopatología primaria.