David Galadí-Enríquez
Profesor del departamento de Física de la Universidad de Córdoba
El trabajo de Byers y colaboradores plantea un aspecto clave de la sostenibilidad aplicada al uso del espacio: la proliferación incontrolada de lanzamientos supone un riesgo para la población de la Tierra que no es posible ignorar. La era industrial ha demostrado que la supervivencia del planeta y de la humanidad requiere una gestión responsable de los recursos. El espacio circunterrestre se viene gestionando de un modo premoderno, como si se tratara de un reino infinito donde cada cual puede operar a placer. Los autores defienden que ha llegado la hora de considerar la órbita terrestre como un medio congestionado en el que solo se deben introducir materiales artificiales con criterios de sostenibilidad.
El artículo aborda los riesgos de la proliferación de lanzamientos para las comunidades humanas, concluye que tales riesgos no son despreciables y que se pueden contrarrestar mediante soluciones técnicas existentes. Demuestran que la mayor parte de las consecuencias recaen sobre los países pobres, es decir, que los países avanzados están externalizando el impacto ambiental de sus lanzamientos. Proponen una vía de solución de carácter político internacional. El estudio constituye un ejemplo excelente de problema técnico astronáutico con implicaciones económicas, políticas y sociales de carácter internacional. De manera muy adecuada, viene firmado por especialistas en ciencias políticas, en estudios interdisciplinares, en astrofísica y en ingeniería.
Cada vez que se lanza un satélite, una parte del cohete lanzador queda en órbita en forma de basura espacial que termina por caer de nuevo a la Tierra. Aunque la mayoría de estos cuerpos de cohete se desintegran al rozar contra las capas de aire, en un proceso denominado reentrada, con frecuencia quedan fragmentos capaces de causar daños en el suelo, o incluso a aeronaves en vuelo.
A partir de los elementos orbitales reales de los cuerpos de cohete abandonados en las últimas décadas, y recurriendo a datos también reales de densidad de población en la Tierra, los autores construyen un modelo sólido. Byers y colaboradores concluyen que los riesgos por reentrada incontrolada son responsabilidad mayoritaria de Estados Unidos (71 %), con las otras tres grandes potencias espaciales empatadas en el segundo puesto: China, Agencia Espacial Europea y Rusia (del 14 al 17 % cada una). A la vez, demuestran que el riesgo se concentra en las zonas ecuatoriales del planeta y afecta sobre todo a países pobres que no han participado en los lanzamientos ni se benefician de ellos.
El estudio remarca que hay medios suficientes, sin necesidad de tecnologías nuevas, que garantizarían la reentrada inocua de todos los cuerpos de cohete. Sin embargo, estas medidas cuestan dinero, y aquí reside la única y verdadera dificultad para poner remedio al desafío. Estamos ante un problema de acción colectiva cuyas soluciones deberían adoptarlas a la vez todas las empresas y países lanzadores de satélites, para evitar que haya compañías en desventaja por el hecho de incorporar buenas prácticas ambientales.
El estudio enumera casos de acción colectiva exitosa (en mayor o menor medida), como el tratado de prohibición de gases que afectan a la capa de ozono, la imposición de que los petroleros se construyan con doble casco o los acuerdos contra minas antipersona. Curiosamente, olvidan un caso que concierne a la industria aeroespacial: la obligación de aparcar los satélites geoestacionarios retirados en órbitas de deshecho donde no saturen las posiciones de servicio útiles.
El aumento desbocado de lanzamientos hace que las conclusiones de Byers y colaboradores adquieran un carácter acuciante. La órbita terrestre baja sigue siendo una ‘ciudad sin ley’. La congestión de satélites pone en riesgo la observación del firmamento, lo que ha puesto en pie de guerra a toda la comunidad astronómica mundial. Pero también han saltado las alarmas en la propia industria aeroespacial por el peligro aumentado de colisiones en el espacio, que podría arruinar la órbita baja como recurso económico durante décadas, si no siglos. Empiezan a valorarse los efectos ambientales de los materiales vaporizados en la estratosfera durante las reentradas tanto de cuerpos de cohete como de los propios satélites al final de su vida útil. Ahora Nature Astronomy publica este estudio que demuestra que también la parte no vaporizada de estos objetos supone un riesgo a la vez considerable, por su magnitud, e injusto, por su carácter de coste externalizado.