Carlos García-Soto
Investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC), presidente del Centro Europeo para la Información en Ciencia y Tecnología Marina (EurOcean) y ha sido coordinador del Informe Oceánico Mundial (2021-2022, Naciones Unidas)
Este es un acuerdo histórico que nace tras 17 largos años de discusiones de los Estados en Naciones Unidas. Este tratado nos permitirá poner en marcha áreas marinas protegidas en las aguas internacionales y proteger así la biodiversidad marina, cumpliendo el llamado objetivo 30x30 (la protección del 30% del océano para el año 2030), el mínimo necesario para revertir la dramática pérdida de biodiversidad marina.
El tratado nos posibilitará realizar evaluaciones de impacto ambiental en las regiones más allá de la jurisdicción internacional, que representan dos terceras partes de todo el océano. El transporte marítimo representa por ejemplo el 90 % por volumen del comercio mundial. El tratado nos permitirá también organizar la explotación de los recursos genéticos marinos de tal manera que los beneficios lleguen a todos los países, que son colectivamente sus propietarios morales.
Y, finalmente, este acuerdo internacional nos permitirá cumplir la eterna promesa de fortalecer las capacidades de los países en desarrollo, incluida la transferencia de tecnología marina desde los países más desarrollados. Esta transferencia les permitirá, por ejemplo, hacer su propia investigación sobre recursos genéticos marinos y sus propias evaluaciones de impacto ambiental.
Han sido 17 años largos y el tratado es mejorable, pero citando a Noam Chomsky, cuando las opciones son abandonar la esperanza, asegurando que sucederá lo peor, o aprovechar las oportunidades que existen y contribuir a un mundo mejor, la elección no es muy difícil. Hoy hemos visto la mejor cara de las Naciones Unidas.