Ana Belén Caminero
Coordinadora del grupo GEEMENIR (Grupo de Estudio de Esclerosis Múltiple y Enfermedades Neuroinmunológicas Relacionadas) de la Sociedad Española de Neurología y jefa de Sección de Neurología del Complejo Asistencial de Ávila
Se trata de un estudio epidemiológico observacional retrospectivo analítico de casos y controles que evalúa la relación entre unos factores de exposición o riesgo (sueño de corta duración y baja calidad del sueño en edades comprendidas entre los 15 y 19 años) y el desarrollo posterior de Esclerosis Múltiple (EM). Se expresa el resultado en OR (‘odds ratio’), que nos indica cuánto más frecuente ha sido la exposición al factor de riesgo en los casos (pacientes con EM) que en los controles (población general procedente de la misma zona geográfica, Suecia en este caso, y de la misma edad, sexo y área residencial).
La OR en este estudio es de 1.4, lo que significa que la exposición a dichos factores (sueño insuficiente y de mala calidad) aumenta el riesgo de EM en un 40% frente a la no exposición. El diseño del estudio es de buena calidad con una fuente de información fiable, así como la definición de casos y la selección de controles, pero con las limitaciones inherentes a este tipo de estudios: riesgo de sesgos, es decir de errores sistemáticos en la valoración de los resultados (sesgo de selección, sesgo de información, sesgo de recuerdo). Este tipo de estudios no permite establecer una relación causal entre el o los factores de exposición (sueño insuficiente y de mala calidad) y el desarrollo de la enfermedad (EM), pero sí permite establecer una asociación o vínculo de dependencia entre dichos factores y el desarrollo de la enfermedad (EM). El propio artículo hace referencia al riesgo de los sesgos antes mencionados, indicando que han sido minimizados y parcialmente controlados, e incluso a la posibilidad de causalidad inversa, es decir, que sea la enfermedad (EM) la causante de una deficiencia cuantitativa y cualitativa del sueño.
Pese a estos sesgos, hay plausibilidad biológica para pensar que un sueño insuficiente y de mala calidad pueden aumentar el riesgo de EM y contribuir junto con otros factores conocidos ambientales (hábito tabáquico, haber padecido mononucleosis infecciosa, exposición al sol, niveles séricos de vitamina D, índice de masa corporal en la adolescencia) a su desarrollo. En esta enfermedad, se cree que el conjunto de factores ambientales involucrados (algunos conocidos y otros muchos aún no) actúan en un individuo genéticamente predispuesto para el desarrollo de esta enfermedad. Hay ya evidencias alineadas con este estudio y se ha visto que el trabajo con cambios de turno, que también incide en el sueño y en los ritmos circadianos, puede aumentar el riesgo de EM (estudio hecho en Noruega), así como evidencias de que el sueño insuficiente y de mala calidad producen una serie de cambios celulares y moleculares que alteran la homeostasis inmune y la secreción de melatonina, todo lo cual incide en el desarrollo de enfermedades inflamatorias crónicas.
Conocer este nuevo potencial factor de riesgo ambiental (parcialmente) modificable, es importante para educar a la población adolescente en el desarrollo de hábitos de vida saludables, entre ellos dormir un número de horas suficiente cada día, y tratar de que el sueño sea de buena calidad y reparador, con la finalidad de prevenir el desarrollo de enfermedades como la EM. Los adolescentes y la población deben conocer, además, que la compensación en horas de sueño durante los días festivos o durante algunos días semanales no revierte los cambios inmunitarios producidos que conducen a la enfermedad y, por tanto, dormir de más otros días no modifica este riesgo. Un sueño bueno en cantidad y calidad es necesario para un buen funcionamiento de nuestro sistema inmunitario.