Antonio Guillamón Fernández
Catedrático emérito de Psicobiología
La participación de mujeres transgénero en competiciones deportivas es un tema complejo en el que no solo interviene la testosterona. Para comprenderlo hay que tener en cuenta dos ejes. Primero, cuándo y cómo actúa la testosterona y, segundo, la edad de comienzo de la disforia de género.
En el desarrollo sexual normativo de un sujeto XY la testosterona actúa de forma trifásica: durante las semanas 8-10 de la gestación, después de nacer, los primeros 3-6 meses de la vida, lo que se denomina mini pubertad y, de forma continua, a partir de la pubertad (aproximadamente los 11 años). ¿Qué hace la testosterona en las dos primeras fases? Efectos epigenéticos, marcando el ADN, silenciando y activando genes para toda la vida. Además, diferencia (junto a otras hormonas) el sistema reproductor y los genitales del varón. En resumen, organiza todos los tejidos corporales, incluido el cerebro, en la dirección de varón. En la pubertad, la función de la testosterona está en activar los tejidos que previamente ha diferenciado.
Respecto al segundo eje, hay que resaltar que la disforia de género puede surgir durante la niñez, antes de la pubertad o después de la pubertad, lo que se conoce como comienzo temprano o tardío de la disforia de género. Está claro que las mujeres transgénero de comienzo tardío, que pasaron por las tres fases, han experimentado todos los efectos organizadores y activadores de la testosterona. Por eso la Federación Internacional de Atletismo les prohíbe la participación en la competición aunque disminuyan los niveles de testosterona.
¿Y las mujeres transgénero que expresaron la disforia de género durante la niñez? Generalmente, en estos casos, se suelen administrar lo que coloquialmente se denominan bloqueadores de la pubertad, que son agonistas o antagonistas de la hormona liberadora de gonadotropinas. El objetivo es frenar la función del testículo y, en consecuencia, la pubertad. De esta forma, se evita que la diferenciación sexual masculina incremente la disforia de género y, también, se concede un tiempo a la chica para, alcanzada la edad legal, decida si solicita el tratamiento hormonal de afirmación de género, consistente en la administración de estradiol y un antiandrógeno, y la reasignación quirúrgica de sexo (vaginoplastia). Estas niñas han pasado por la fases primera y segunda de acción de la testosterona y desconocemos los efectos masculinizantes que dejaron huella sobre los sistemas óseo, muscular y metabólico, y su interacción con el ejercicio físico y el tipo de deporte practicado durante la niñez.
En última instancia, el tema no está solo en los niveles de testosterona que pueden ser permitidos sin afectar la equidad en la competición, algo sobre lo que discuten varias federaciones, sino en la capacidad de respuesta de los tejidos a pequeños niveles de testosterona. Esta sería la última pieza para cerrar el puzle.
Finalmente, es necesario arbitrar normas inclusivas, pero hay que estudiarlas despacio y echar mano de los conocimientos actuales (que son muchos) sobre la acción de los andrógenos y esto tendría que hacerlo cada federación deportiva. Si no se actúa con prudencia y apoyándose en lo que conocemos, las decisiones se vuelven en contra de la inclusión.